Comentario
Los pintores de Barbizon, volcados en el estudio del paisaje, parecían haberse olvidado del hombre. Fue François Millet (1814-1875) quien buscó la manera de conciliar al ser humano con la naturaleza, abriendo un nuevo camino en la representación de la vida campesina. El hombre ocuparía, pues, en sus cuadros un papel principal, de acuerdo con su expresado parecer: "Al pintar un cuadro, ya sea una casa, un bosque, el océano o el cielo, es necesario pensar siempre en la presencia del hombre".
Al igual que Courbet, Millet era de origen rural. Nació en una granja francesa de Gruchy, no lejos de Cherburgo, discurriendo su infancia y adolescencia en contacto directo con la naturaleza. Su tío-abuelo, cura campesino, le enseñaría latín, y su abuela, mujer devota, le inculcaría una formación moral y religiosa que marcó profundamente tanto su vida como su obra.
Sus primeros pasos en la práctica de la pintura los dio entre 1833 y 1835 en Cherburgo, con la ayuda de dos pintores provincianos: Mouchel y Langlois de Chevreville. En 1837 obtuvo una bolsa de estudios para trasladarse a París, donde perfeccionaría sus conocimientos pictóricos en el taller de Paul Delaroche y en el museo del Louvre.
A partir de entonces su vida atraviesa serias dificultades económicas y personales. Se casó en 1841 con Pauline Ono, una mujer de frágil salud, que murió tísica tres años después, víctima de las privaciones sufridas. Más tarde Millet contrajo matrimonio con Catherine Lemaire, con quien tendría nueve hijos. En 1849 abandona París con toda su familia, huyendo de la epidemia de cólera y de la miseria que azotaban la capital francesa, refugiándose en una casa campesina en Barbizon, localidad que ya no abandonará nunca. Allí se identificó plenamente con la vida rural, tal como manifestará en una ocasión: "Campesino nací, campesino moriré. Tengo que contar las cosas como las he visto y me quedaré en mi terruño sin retroceder ni un paso".
Millet inició en 1848, con su obra El aventador, una serie de pinturas de tema basado exclusivamente en el trabajo campesino, destacando las tituladas El sembrador (Boston, Museum of Fine Arts), Mujeres cargando leña (Florencia, Norton Gallery) y El hombre de la azada (Estados Unidos, Col. particular).
Este ciclo campesino presenta como común denominador la representación de figuras robustas, solas, aisladas o formando grupos reducidos en los que no hay comunicación. En unos casos rezan, como en El Angelus (París, Museo d'Orsay) (1857-59); en otros, trabajan duramente, como en Las espigadoras (París, Museo d'Orsay) (1859). Sus volúmenes se recortan en paisajes naturales de amplios horizontes y son tratados con gruesas pinceladas de un cromatismo tan terroso que haría exclamar a Van Gogh: "Parecen pintadas con la tierra que labran y trabajan".
En todos estos temas no hubo, tal como quisieron ver sus contemporáneos, intención política o subversiva alguna. A Millet nunca le interesó el campesinado como clase social y, mucho menos, sus reivindicaciones; únicamente le movían la verdad simbólica y la dignidad de la vida campesina. En todo caso, su obra conmovió al público de la época y a numerosos artistas como Liebermann, en Alemania; Segantini, en Italia; Israel, en los Países Bajos, y, sobre todo, Van Gogh; que siempre le consideró como su verdadero maestro y su guía espiritual.